Este relato lo escribió mi amigo BlackJackk. En su día, tuvo gran éxito de crítica y público y fue el responsable de uno de los mejores ratos que Esther y yo hemos pasado frente al ordenador.
LA NEVADA
La mujer se asomó a la ventana y contempló el paisaje nevado. El jardín era una extensa alfombra blanca en la que reverberaba la luz y los abetos lucían orgullosos sus largas ramas cargadas de peso helado. A la izquierda, el silencio del crepúsculo gravitaba sobre el gallinero. Alrededor de la casa, el mundo parecía un lugar tranquilo y acogedor. Con paso tranquilo, fue hacia el armario, sacó la manta de cuadros y volvió al sofá. Se sentó junto al hombre y, desplegando la manta, tapó las piernas de ambos.
—¿Así mejor, querido? —preguntó.
El hombre sonrió agradecido.
—Mucho mejor.
La mujer se recostó contra la chaqueta de lana que ella misma había tejido y cerró los ojos, relajada.
—Qué bien se está en casa, ¿verdad?
El hombre rodeó con el brazo la espalda de la mujer y, como si cumpliera una pequeña liturgia, la besó en la frente.
—Como en casa no se está en ninguna parte, querida.
Él también cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá. En momentos como aquél sentía que la vida era hermosa y que eran afortunados, muy afortunados. Tenían una linda casa en la que vivían felices y se tenían el uno al otro. ¿Se puede pedir algo más, hace falta algo más para ser feliz?
La respiración de la mujer se hizo más lenta y profunda y el hombre sonrió pensando en la facilidad que tenía su esposa para quedarse dormida en cualquier parte. Decidió hacer lo mismo, una pequeña siesta antes de la cena les vendría bien a los dos, pero antes de que empezara a aflojar los músculos, una violenta sacudida del suelo estuvo a punto de tirarlos del sofá.
—¡Otra vez! —se quejó la mujer, despertando sobresaltada.
La abrazó antes de que una segunda agitación, mucho más intensa, los hiciera rodar violentamente hasta la puerta, los arrastrara hacia el techo y los depositara en el piso de madera, junto a la chimenea apagada.
La mujer se levantó bruscamente, se sacudió las ropas y se dirigió, furiosa, hacia la ventana. Nevaba otra vez.
—¡Esa idiota! —exclamó— ¡Esa idiota ha vuelto a darle la vuelta a la bola de cristal!