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domingo, 21 de abril de 2013

GLASS TUNEL

Es una idea tan antigua como mi conciencia. Al principio fue una especie de reflexión (así aparece en Las cosas de la caja, un libro digital al alcance de todo el mundo) y más tarde se convirtió en relato para el Tintero, en cuya antología (página principal del blog, a la derecha) figura.








TÚNEL DE CRISTAL


El rumor de la letanía la siguió pasillo adelante, cadencioso, monótono, pero se fue debilitando con cada uno de sus pasos y cuando María llegó a la puerta del dormitorio de sus padres era poco más que un murmullo casi inaudible.

―Mater amabilis —decía lejana la tía Antonia.
―Ora pro nobis —contestaban los demás.

El día anterior, el tío Cosme había ido a buscarla a la salida de la escuela y la había llevado a casa de la tata Damiana. Luego se había marchado, con la cabeza gacha y con mucha prisa, sin dar ninguna explicación de aquella alteración de la rutina. La tata le había dicho que comería con ellos y que por la tarde irían a recogerla. El tío y la tata estaban raros, hablaban en voz baja, se limpiaban los ojos con un pañuelo y evitaban mirarla de frente. Supo que algo pasaba cuando, entre dos cucharadas le sopa, le preguntó a la tata si su padre iría a buscarla y la tata no pudo reprimir un sollozo mientras le decía que no, que iría algún primo o alguna tía pero que su padre no.

Fue el tío Fernando el que acudió, casi a la hora de la merienda. Él también estaba serio y no sabía hacia dónde mirar. Le dio las gracias a la tata y a ella le dijo que se abrigara, que se había levantado un viento muy frío. La cogió de la mano y salieron a la calle y durante todo el camino el tío Fernando estuvo callado y, aunque ella le preguntó varias veces si pasaba algo, él no quiso contestarle. Al llegar a casa, el tío, sin quitarle el abrigo ni el gorro, la llevó derecha al salón, ella vio el túmulo cubierto con la tela negra pero antes de que alcanzara a ver lo que había dentro de la caja que había encima, llegó su madre y la abrazó muy fuerte mientras lloraba y repetía:

―Hija mía, hija mía…

Entonces supo, sin necesidad de mirar, que era su padre el que estaba en la caja, y comprendió el alcance de una frase del tío Damián que había pillado al vuelo cuando hablaba con la tata:

―… ha volcado con el tractor…
―Virgo veneranda —sonó a lo lejos la voz grave de la tía Antonia.
―Ora pro nobis.

Entró en el dormitorio y fue derecha al armario. La tía Luisa le había pedido que buscara una toquilla para su madre y ella sabía que las guardaba allí, en el segundo cajón. Abrió las puertas de par en par y las dejó en ángulo recto, como hacía siempre, para dejar enfrentados los espejos que tenían por dentro, porque le gustaba ver aquellos túneles que formaban las imágenes reflejadas, una detrás de otra hasta donde alcanzaba su vista, siempre había jugado a imaginar a dónde llevarían.

—Papá —había preguntado una tarde, poco después de hacer el descubrimiento—, si yo pudiera pasar a través del espejo, ¿qué encontraría?
—Seguramente, cariño —había contestado su padre acariciándole la cabeza—, una habitación como ésta.
—¿Cómo ésta? ¿Igual, igual?
—Ah, eso ya no lo sé. Otro día entramos y lo vemos pero ahora tenemos que irnos que nos llama tu madre.

Se giró hasta verse reflejada en el espejo de la derecha y le pareció ver a su padre detrás de ella diciéndole que algún día entrarían en el otro dormitorio, en el primero de aquella sucesión que se extendía hasta el infinito. Oyó la voz de la tía Angelita acercándose por el pasillo.

―María, hija, ¿no encuentras la toquilla?

Y, casi sin pensarlo, cerró los ojos con fuerza. Agarró la puerta del armario, apretó más aún los párpados y dio un paso al frente.

Aguantó la respiración unos segundos y luego soltó despacio el aire mientras abría lentamente los ojos. Era una habitación como la otra, sí, y ella estaba de pie entre las puertas abiertas del armario, su figura multiplicada, cada vez más pequeña, hasta perderse en el horizonte borroso del cristal. Abrió el segundo cajón pero no vio la toquilla que buscaba y, cuando iba a mirar en el primero, por si su madre la hubiera guardado allí, se abrió de golpe la puerta de la habitación.

—María, hija, no te entretengas que nos llama tu madre.

Cerró el armario, sonrió y agarró con fuerza la mano que su padre le tendía.

5 comentarios:

  1. Qué original,Fefa.

    La imaginación y el cariño.

    Besos.

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  2. Vuelvo a leerlo y me llevas a momentos infantiles de rezo del Rosario en casa, en la cocina. Mi madre planchando y mi padre "llevando" el Rosario... Primer Misterio...¿ Hoy qué es? ¿Martes? Tocan los dolorosos: La oración del Huerto.

    Con pocas palabras , evocas. Genio.

    Besos, reina.Y gracias.

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  3. Precioso y.., aunque no lo parezca, muy real. Gracias por tener maestría y magia.
    Un beso.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Maravilloso relato: me lo pareció cuando lo hiciste para el Tintero y me lo sigue pareciendo. Una pieza magistral por lo bien que cuenta lo que cuenta, que es tan evocador, tan mágico y tan tierno en su crudeza...
    Maravilloso, sí.
    Mil besos!!!

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