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jueves, 7 de marzo de 2013

TITANIC

Una fabulación dedicada a Rafa Bonaval, que fue quien la inspiró.





DESTINO NUEVA YORK


Sarah McMIllan se despertó de un humor excelente. Había dormido ocho horas seguidas y estaba segura de que había soñado con el apuesto oficial de aduanas de Southampton que la había mirado de forma turbadora durante los trámites de embarque. Hizo sonar la campanilla y cuando la doncella acudió a su llamada le pidió un té y le ordenó que le preparara el baño. El señor McMillan aún no se había levantado y pensó que aprovecharía para relajarse un buen rato en la bañera, llena de sales con olor a lavanda, antes de arreglarse para bajar a tierra. En realidad lo que le habría apetecido era compartir el baño con su esposo pero Alfred era un hombre serio, ordenado, riguroso en sus costumbres y, por tanto, poco dado a seguirla en lo que llamaba sus “locuras”, a las que raras veces había accedido en quince años de matrimonio. Con todo, no podía quejarse. Alfred exigía acostarse antes de las diez de la noche y podría no gustarle juguetear en el baño pero, en cambio, le había hecho el mejor regalo de aniversario: un viaje a Nueva York en el buque más grande y más lujoso del mundo.
Se echó sobre los hombros el salto de cama y se sentó frente al tocador para cepillarse el pelo. Sus movimientos se hicieron automáticos cuando empezó a recordar la noche anterior. Una de las mejores noches de su vida, sin duda alguna. Habían sido invitados a cenar en la mesa del capitán y le pareció que aquella era la ocasión perfecta para ponerse el vestido de seda azul que Alfred le había comprado en París y los pendientes de brillantes que su suegra le había regalado el día de su boda. Alfred la había mirado y apenas había modificado el gesto pero, cuando salían del camarote, le había dicho al oído “Estás maravillosa, querida”.
Y sí debía de estar maravillosa porque tanto el capitán Smith como el primer oficial Murdoch como el coronel Archibald Gracie IV la habían mirado con arrobamiento durante toda la cena. Incluso el señor Lowe, el banquero, le había dedicado varias sonrisas admirativas, a pesar de que se rumoreaba que el señor Philips, que viajaba en su compañía, era algo más que su contable. Una noche inolvidable, sin duda. Su hermana Liza había prometido ir a esperarlos al puerto, estaba deseando encontrarse con ella para contárselo todo.

Ya estaba lista para bajar a tierra y Alfred aún no había asomado para darle los buenos días. Ya estaban llegando a puerto y pensó ir a su habitación para apremiarle pero, al pasar junto al ventanal algo llamó su atención. Buscó en su bolsa de viaje unos prismáticos y, a través de ellos, buscó los muelles, todavía lejanos. Inexplicablemente, no estaban abarrotados de gente que agitara banderas tricolores ni había un estrado con una banda de música preparada para tocar una marcha de bienvenida, no se veían coches ni se apreciaba el habitual movimiento de operarios previo a un desembarco. Tampoco parecía que ningún práctico se estuviera acercando al buque. Bajó los prismáticos y se dejó caer en un sillón, desconcertada y confusa, porque no acertaba a adivinar qué estaba ocurriendo.
Lo que no podía imaginar la señora McMillan era que el muelle del puerto estaba vacío porque en Nueva York todo el mundo sabía que el Titanic se había hundido tres días antes.

11 comentarios:

  1. Vuelvo a leerlo y vuelve a emocionarme este relato con ese final desconcertante.
    Buenísimo, hermana.

    Besazos.

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    1. No es mérito mío, hermana. Es nuestro Rafa, que me cedió generosamente la idea.

      Abrazo grande.

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  2. Me impactó en el tintero de esa semana y ahora también. Magnífico final,amiga.

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    1. Gracias, Carmen, por leer, por comentar y por ser como eres.
      Besos, muchos.

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  3. ¡Una ejecución perfecta, querida mía!
    Un final sorprendente.
    Me encanta leerte, y no te puedes imaginar cuánto aprendo.
    ¡Te felicito, niña!
    Un beso gigante.

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    1. Libélula bonita... yo también aprendo de ti. Todos aprendemos de todos porque todo el mundo tiene algo que enseñar.
      Otro beso gigante para ti con la alegría de verte de vuelta.

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  4. Me encanta, sobre todo ese final que, por impactante e inesperado, me ha obligado a releerlo de nuevo. No sé cómo eres capaz de sorprendernos con cada texto... Genial.

    Besos y abrazos.

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    1. Me gusta jugar al juego de sorprenderos, niña dulce, así que mi mejor premio es conseguirlo.
      En este caso, ya lo he dicho, todo el mérito es de nuestro Rafa.
      Un beso enorme.

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  5. Veo que esta musa es de hace tiempo, pero sigue igual de fresca, porque esos finales sólo pueden ser tuyos.
    Un abrazo.

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    1. Ya ves lo hábil que soy para escribir historias ajenas, Rosa preciosa.
      Esta me la cedió generosamente nuestro amigo Rafa, un ser muy, muy especial.
      Abrazo enorme.

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  6. Pues que me sigue gustando a rabiar...

    Besos¡¡

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