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miércoles, 12 de septiembre de 2018


¿HAY ALGUIEN AHÍ?


Hacía tanto tiempo que no venía por aquí que casi no me acordaba de cómo se entraba, de cómo se adjuntaban imágenes...
Ciento veinte palabras que no recordaba que tenía en el baúl.
En fin.
¿Cómo están ustedes?




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IMAGINACIÓN


El niño se acercó a su madre que, distraída preparando la cena, no le había oído llegar.
—Mamá —dijo tímidamente—… mamá… los extraterrestres…
La madre levantó los ojos del puré de verduras y miró al hijo con gesto interrogante.
—… los extraterrestres… ¿existen?
—¡Claro que no, cariño!
El niño asintió y salió corriendo hacia su cuarto. Revolvió en el cajón de los juguetes hasta encontrar una preciosa nave espacial llena de luces. La metió en una bolsa de plástico y salió al jardín. Fue derecho al rincón más oscuro, detrás del garaje, sacó la nave de la bolsa y abrió la rampa de acceso.

—Tienes que irte —le dijo al hombrecillo verde—, mamá ha dicho que no existes. 

domingo, 11 de junio de 2017

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (PAQUETE POSTAL)



LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (PAQUETE POSTAL)

Leyó las instrucciones del panel y dudó un segundo a pesar de que estaban muy claras: “A Envíos”, “B Recogida”. Pulsó la tecla correspondiente a la B y la máquina escupió un tique de incierto color blanco con una gran letra B impresa en negro y tres números rojos: 201.
En la sala había una veintena de personas. Hacía años que no acudía al edificio de Correos, prácticamente desde que el ordenador y el email habían entrado en su vida, o tal vez desde antes, desde los tiempos en que Héctor y ella habían abierto cuentas en la Caja Postal para ingresar allí sus primeros sueldos.
Recordaba vagamente los carteles, de un color gris polvoriento, que entonces colgaban sobre las ventanillas, “Giros”, “Ingresos”, “Transferencias”, “Paquete postal”… Algo así era. Ahora los viejos carteles plastificados habían sido sustituidos por asépticos marcadores electrónicos “Puesto 1”, “Puesto 2”… Hasta ocho puestos. Una pantalla colgada en la pared frontal indicaba el turno con luces también rojas, como los números de los tiques: “Puesto 2, B 198”. Qué práctico, ahora la persona que tenía el tique B 198 acudiría al puesto número 2 para recoger su envío. Pensó que a Héctor le habría encantado la modernización del servicio, tenía una fe casi ilimitada en las ventajas del progreso.
—Es maravilloso, Inés, la carta que antes necesitaba quince días para llegar ahora tarda apenas unos segundos —le explicaba entusiasmado.
—Eso siempre que encuentres un sitio donde conectarte —replicaba ella.
Y es que los lugares desde los que Héctor solía escribir, casi siempre para pedir cualquier tipo de ayuda, no eran de los que tienen fácil acceso a Internet.
Un pitido desagradable, como el claxon de una vieja furgoneta, anunció un cambio en la pantalla. “Puesto 5, B 199”.
Dinero, material de todo tipo, medicinas, gestiones ante algún consulado o embajada… Esa era la clase de cosas que Héctor solía pedir, desde cualquier rincón del planeta abandonado a su suerte, generalmente mala, al que había acudido “para ayudar en lo que pueda”.
—Un día te vas a meter en un lío y a ver qué hacemos —le decía ella cada vez que él regresaba por unos días, siempre pocos.
Pero Héctor nunca había sabido ver la angustia y la súplica que había detrás de sus palabras. O no había querido verlas. “Héctor está enamorado de la muerte”, le dijo una vez su madre. Ella siempre se había resistido a darle la razón pero el tiempo había confirmado que la tenía.
“Puesto 2, A 258”, “Puesto 6, B 200”.
Tensó la espalda y fijó la vista en la pantalla, el siguiente anuncio de B era el suyo, sólo faltaría que se le pasara el turno.
Dos semanas antes, después de colgar el teléfono, supo que desde el primer viaje de Héctor había esperado aquella llamada. Y supo también que, a pesar de esperarla, nunca había dejado de rezar para que no se produjera. Pero su petición no había sido escuchada. En cambio, ella escuchó, a través de una voz que sonaba lejana y que, a pesar de expresarse en español, parecía hablar otro idioma, el relato del ataque al campamento, de la confusión en medio de la noche, de los gritos de los niños, del pánico, de la bala maldita que había ido a incrustarse en aquel corazón por el que el suyo había latido durante tanto tiempo. No había seguros que cubrieran ese tipo de incidencias ni familiares que estuvieran dispuestos a costear la repatriación del cadáver.
—Señora —había dicho la voz, temblorosa, emocionada—, Héctor siempre me dijo que si algún día necesitaba algo la llamara a usted… Él la tenía en mucha estima, señora, me hablaba de usted y me decía que era buena gente, Héctor la apreciaba mucho y Héctor para nosotros fue —la voz se quebró un poco—…Y por eso creo que… Bueno, he pensado una cosa que se podría hacer, si usted está de acuerdo, por supuesto…

Un pitido más y en la pantalla apareció el cambio de turno. Era el suyo. Su turno para recoger su envío.
Se levantó despacio, arrastrando el peso de su cuerpo, y caminó lentamente hacia el puesto 8. Allí, a cambio del tique con tres números rojos, una señorita pelirroja le entregó el paquete que contenía las cenizas de Héctor.

A lo largo de veinte años de una amistad que nunca había pasado a ser otra cosa, Héctor le había hecho muchas confidencias.
—No quiero que me entierren, no es higiénico —dijo una vez, y la miró de reojo para ver su reacción —mucho mejor la incineración y esparcir las cenizas.
—¿Y si mueres lejos de casa? — preguntó ella.
—Entonces me da igual.

El cementerio estaba situado en una colina. Las terrazas en las que se disponían lápidas y nichos miraban hacia poniente. Inés llegó hasta la tumba de su madre. Cambió las flores marchitas por un ramo de rosas frescas y se quedó mirando la inscripción con el nombre y las fechas. “Tenías razón, mamá”, pensó. Luego abrió el paquete que había recogido en correos, destapó la caja de madera y vertió sobre la losa las cenizas de Héctor.
Se quedó allí de pie, sin moverse, sin pestañear, de espaldas a sol del atardecer, mirando cómo se las llevaba el viento.

martes, 10 de mayo de 2016

LA UTILIDAD DE LOS LIBROS

Prefiero no calcular el tiempo que llevaba sin poner nada aquí. 
Tengo un amigo que dice que trabaja mejor bajo presión y algo parecido me debe de pasar a mí porque me ha bastado leer "...cinco líneas, Arial 12, el libro como tema general..." para que me hicieran sinapsis dos de la media docena de neuronas que me quedan.
En fin.






Foto tomada de lamentable.org





LA UTILIDAD DE LOS LIBROS


Me di la vuelta y me acerqué a la estantería. A mi espalda seguían los gritos, los reproches, las amenazas, los insultos disfrazados de bondad. Pronto los sentí muy cerca, estallando en mi nuca, en la ya sabida progresión que anunciaba el golpe. Mi reacción fue tan rápida que no tuvo tiempo de ver cómo el pesado tomo del DRAE le reventaba la cara.
Mi madre solía decir que en los libros están todas las respuestas.


miércoles, 16 de diciembre de 2015

MUÑECA RUSA

Aquí está el relato. Doscientas palabras justas. Puede que no sea del todo malo porque quedó el tercero entre más de dos mil. Cuando pensé en escribirlo recordé que en algún lugar había leído algo que hacía referencia a... me gustó la idea y la usé para contar mi minihistoria negra. La memoria me falla (digo en mi descargo que esa lectura tuvo lugar hace casi cuarenta años) pero San Gúguel no: era una cita al inicio de "La tía Julia y el escribidor", de Mario Vargas Llosa. Juego de muñecas rusas o de espejos infinitos, aunque en mi relato solo haya dos matrioskas y dos imágenes.

Y, como ilustración, nadie mejor que mi Julio.



El grafógrafo
a Octavio Paz

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

Salvador Elizondo



Imagen tomada de aproxlitecomteu.wordpres.com




MUÑECA RUSA


Juan encendió el ordenador dispuesto a acabar la novela. Era la tercera de la trilogía y el éxito de las dos primeras había aumentado las exigencias de la editorial. Querían un final brillante, inesperado.

Años antes, trabajando en periodismo de investigación, se había infiltrado en un cártel sudamericano. Abandonó al poco tiempo, asustado de la facilidad con que se despachaba a camellos y prostitutas, pero había tenido tiempo de conocer los entresijos del negocio. Con eso y con bastante imaginación había montado las aventuras de su personaje: un periodista  escritor infiltrado en una banda de narcotraficantes y proxenetas.

Tendrían un final inesperado: su protagonista escribiría el último capítulo sin sospechar que había sido descubierto y habían ordenado su muerte.

Absorto en la escritura, Juan no oyó la puerta ni los pasos que se acercaron a su espalda.


Tampoco el disparo silenciado que le atravesó la cabeza justo cuando escribía “FIN”.


jueves, 3 de diciembre de 2015

COSAS DEL KARMA



Serán cosas del karma pero, como dice MariFé de Alejandría, si no te fijas en lo que siembras, no te sorprendas de lo que cosechas.






Imagen tomada de artesanum.com


ESPEJO, ESPEJITO...


Lo que son las cosas, espejo, espejito mágico. Aquí me tienes, asomada a tu cristal, buscando otra arruga más en las mejillas, otro surco más profundo junto a los labios, otra bolsa bajo los ojos, otra cana...

Total, solo hace veintiocho años que conocí a Julián, que me encapriché de él y que hice todo lo posible por engatusarle, a pesar de que era el novio de mi amiga Lucía. Es mucho tiempo, espejito, ¿verdad?, muchos días, uno tras otro... Y un día descubres algo que parece el inicio de una pata de gallo y al otro ese ligero frunce del labio superior... Y una semana más tarde te das cuenta de que has perdido mucho pelo...

Yo entonces no lo sabía, ni siquiera podía imaginarme que algún día dejaría de ser la chica preciosa de mirada brillante que había conseguido que Julián abandonara a Lucía y se casara con ella. Nadie espera eso, nadie piensa que puede pasarle.


Pero me ha pasado. Como a todo el mundo. Y no me importaría, espejo, espejito... Te juro que no me importaría no tener las mejillas tersas ni la piel apagada ni el pelo lleno de canas ni los ojos cansados si no fuera porque Julián se ha marchado, me ha abandonado y se ha ido con una de las empleadas de la agencia, una jovencita preciosa de veintiocho años, piel radiante, ojos de gata y melena rubia. 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

WAYS OF LOSING, MANERAS DE PERDER

Estoy vaga pero no del todo inactiva. Tras arduos esfuerzos, con la ayuda impagable de Pedro P. de Andrés, el arte de Caco Manrique y la magnífica traducción de Silvia Cuevas-Morales, he conseguido poner Maneras de perder en Amazon, en español y en inglés.

Por si os da pereza o tenéis problemas para conseguirla en papel.

Os dejo los enlaces. Atentos a la portada, es una especie de metáfora del contenido.

Gracias a todos.







http://www.amazon.es/gp/product/B017TCUT84?*Version*=1&*entries*=0





http://www.amazon.es/gp/product/B017TCUVBO?*Version*=1&*entries*=0

domingo, 8 de noviembre de 2015

EL REY Y LA REINA

He repasado todas las entradas del blog y no encuentro ninguna con este título así que supongo que el texto es nuevo en este espacio.
Me lo ha recordado el anuncio de la presentación del libro de Soledad Serrano Fabre Pudo suceder así.
Va por ella y por el éxito seguro del libro (Soledad es de las Grandes).





Imagen tomada de kappostorias.blogspot.com




EL REY Y LA REINA

Los amantes se encontraron en una de las puertas de la muralla y se fundieron en un abrazo apasionado.
—¡Amor mío! —susurró ella.
—¡Luz de mi vida, oasis de mi desierto! —contestó él.
—Cuánto tiempo desde la última vez…
—Demasiado, paloma mía… Llevo varias noches sin dormir pensando en este momento.
—Yo también, azor de mi corazón.
—¿Y tu marido, rosa de Jericó?
—Allá abajo, en nuestro campamento, roncando como un gorrino. Cuando coge el sueño no lo despiertan ni los truenos de Santa Bárbara.
—Qué ganas tengo de que acabe todo esto, Isabel…
—Y yo, galgo mío, pero pronto nuestros problemas dejarán de serlo. ¿Sabes, Boabdil,  que me he comprado una camisa nueva para cuando llegue el gran día?